En la vorágine en la que vivimos, donde una noticia deja de serlo tan sólo un par de días después, cuando nos detenemos en el análisis de la creación de empleo, con récords en los meses de junio y julio, y probablemente también en agosto, conviene echar un poquito la vista atrás y recordar de dónde venimos ya que es un pasado inmediato muy complejo.
Probablemente, si en el verano de 2020 nos hubieran preguntado por la reactivación de la creación de empleo, no hubiéramos sido tan optimistas. De hecho, deberíamos retroceder a la hemeroteca para ver cómo, por entonces, se hablaba incluso de 2022 y 2023 como los años en los que, tal vez, se comenzaría a recuperar cierto pulso de normalidad. La verdad es que, aún con los efectos de la crisis de coronavirus patentes en el empleo, la recuperación está siendo notable e incluso bastante por encima de lo esperado. Falta por ver cuando caiga el impacto del trabajo estacional los contratos temporales, en cualquier caso.
Recordar de dónde venimos
Conviene, en este momento, recién entrado segundo semestre del año, y con cifras muy interesantes en la creación de empleo, recordar cómo estábamos al cierre de 2020.
A comienzos de enero del presente año la OIT hacía público un informe demoledor. Según aquel informe, durante 2020, se había perdido el equivalente a 255 millones de empleos a tiempo completo a nivel global. Esto se había traducido en una pérdida (durante todo el año) de más de 8,8% horas de trabajo. Estamos hablando de cifras astronómicas en las que, se hablaba, de una pérdida de casi el 44% del producto interior bruto mundial.
Por entonces, esta organización auguraba una recuperación lenta e incierta de empleo.
Si bien es cierto que cuando se hace referencia a los 255 millones de empleos no es una referencia directa, sino que es una extrapolación de la cantidad de horas de trabajo perdidas, lo cual redundó en reducción de contratos o, en el caso de nuestro país, sistemas de protección como los ERTE, lo que es innegable es que el impacto fue tremendo.
Ya por entonces, los países con más dependencia de lo que se denomina economía informal, mucho más vulnerables a eventos de estas características, eran los que más estaban sufriendo el impacto. Por ejemplo, por regiones, Latinoamérica se llevaba la peor parte, con pérdidas por entonces establecidas, en cuestión de empleo, muy elevadas, por ejemplo, Brasil con un retroceso superior a 15% o México por encima del 12,5%. Sin embargo, aunque Asia-Pacífico presentaba una tasa proporcionalmente menor, si es el entorno en el que más empleo se perdió de manera absoluta.
En el ámbito europeo, estas pérdidas afectaron realmente a todo el conjunto de la economía europea, pero especialmente al mercado de trabajo de los países del sur de Europa, con Italia a la cabeza, con un retroceso del 13,5% y España muy cerca con un 13,2%.